Últimamente me he dedicado a perderme en mí mismo cuando no
sabía qué hacer. He descubierto horas nocturnas que solo existían en mi horario
erótico-festivo, y lo que es aún mejor, he descubierto compañías que en ningún
momento hubiera imaginado. Últimamente he sentido lo que es la decepción
personal y el hacer las cosas mal. Nunca hablaré de arrepentimiento, lo que
puede parecer soberbio, ya que arrepentirse no tiene ninguna utilidad.
Reconocer, asimilar y aprender me parecen términos que en su globalidad pueden
sustituirlo. He descubierto también, qué es lo que se siente cuando te
encuentras solo cada noche metido en la misma cama, con las mismas sábanas, el
mismo pijama y a la misma hora. No he sentido el cambio, la resolución, la
chispa fulgente que brota de cualquier contacto humano, desde hace un montón de
tiempo. Siento no sentir.
Desde hace un tiempo descubro la sociedad en la que vivo y
el mundo que me rodea. He encontrado que el sinsentido de mi vida aparece de
manera diferente durante toda la semana: de lunes a viernes a las tres, mi vida
se centra en una constante espiral de cafés, folios y psicotrópicos que mecen a
mi futuro para que crezca sano y fuerte; para el viernes, ese niño crece hasta
llegar a la adolescencia, se viste con sus mejores ropas, se afeita, y sale a
comerse el mundo en compañía de sus más allegados y de no tan conocidos. El
domingo probablemente se serena, incluso puede que crezca un par de años y
ronde la edad adulta, pero paralela a la caída de la tarde, se vuelve a colocar
el pañal y el chupete y se vuelve a su transitoria cuna, siempre con la misma nana. Probablemente, después de todo, puede
que mi vida sí que tenga sentido. Siento sentir sentido.
Si bien es cierto que muchas veces me siento decaído,
abatido, e incluso superado por los acontecimientos que me suceden, siempre,
aun siendo realmente pequeña, prevalece frente a esa eternidad azul y salada,
una capa blanquecina de espuma que me
devuelve a la tierra permitiendo recuperar la cordura, y en algunos casos, la
locura. Quizás después de todo, el sentido de mi vida ha cambiado: antes podría
ser el amar y el ser amado; y ahora se ha tornado en estudiar, entre semana, y ser estudiado, cuando salgo por ahí cada
semana. Probablemente sea esto lo que supone la juventud, un tejemaneje constante
del destino que tenemos que precisar entre semana, y deshacer cuando llega el
viernes vespertino.
Nunca habrá nada tan gratificante como la vida
adolescente. Ese ir y venir, salir y entrar de todos los lados sin importarte
el quién, ni el qué, únicamente la vida. Sé, por todo lo que he oído, que la
mayoría de la gente recuerda su juventud como el momento más floreciente.
Aquellos dulces diecisiete y dieciocho, veintiuno y veintitrés, cuando invertíamos las horas del reloj en
contarse unas a otras. Cuando salíamos con un número de amigos y entrábamos con
ese mismo número incrementado. Cuando nuestro estado emocional navegaba entre
épocas de bonanza y períodos de crisis... Dicen aquellos que la vivieron, que la
adolescencia siempre se recuerda como el momento de mayor trajín personal; estudios,
vida social, vida familiar, re-estudios, y en muchos casos, preocupaciones que
se quedan grandes para gente joven. Vivimos entre barreras de contraportadas y
cubatas. Por la mañana somos gente de bien, educada, pulcra y limitando con lo
angelical; mientras que por la noche nos transformamos en salvajes
discotequeros que queman la suela de los zapatos cada vez que salen. La verdad
es que hasta los ángeles tienen sus momentos malvados. Vivimos en una constante
primavera, como decía Garcilaso, en la que lo único que nos importa somos
nosotros mismos, preocupándonos de manera inconsistente en el sentido o no de cuanto hacemos. Probablemente vivamos sumidos en una nube de narcisismo y
egolatría, pero es que es nuestro tiempo y tenemos que vivirlo para nosotros.
Es el tiempo de experimentar, de conocer, de descubrir ideologías y más o menos
posicionarnos, de cometer errores y reconocerlos, asimilarlos y aprender. Todo lo que sucede en nuestra
vida en este momento tendrá una gran repercusión en las épocas venideras porque
cimentamos nuestro futuro y creamos nuestras redes sociales cuando ni siquiera
somos realmente conscientes de ellos. Inconsciencia en muchos casos
puede ser la madre de la adolescencia y lo que nos impulsa continuamente a
tropezarnos con la misma piedra, pero sobre todo, a levantarnos después del
tropiezo. Sí, seremos ignorantes, inconscientes, inmaduros, y en muchas
ocasiones infantiles, pero es nuestro momento de vivir la vida, de encontrarnos
con nosotros mismos, y como todo en esta noria tiene su momento, no
precipitemos acontecimientos, que ya maduraremos.
Tan solo espero que, pase el tiempo que pase, cuando los años se
me acumulen y pase a ser un cuarentón o un cincuentón, mi espíritu juvenil no
se empolve y esté siempre ahí para darle una patada a la madurez y sentir inconscientemente mi vida adulta.
Sentir la sensación de no sentir si siento lo que siento.
Sentir la sensación de no sentir si siento lo que siento.
Muy cierto. Me ha entrado directo a las entrañas de la mente, para dejar de pensar en pensar.
ResponderEliminarDesde luego, la juventud es un preciado tesoro que se va fundiendo poco a poco entre las manos, por lo que hay que saber vivirla intensamente. No sé si dentro de unos años, cuando sea cuarentonca o cincuentona, llevaré una vida más o menos equilibrada, más o menos cuerda, más o menos feliz. Lo que sé es que querré mirar al pasado, a mi juventud, y sentirme feliz solo por el hecho de recordar aquellos exámenes que aprové, aquellos momentos de tranquilidad, aquellas sonrisas que me provocaron (o que me provoqué yo sola, ¿qué más da?), aquellas suelas gastadas de tanto vivir.
Vivamos, pues, la juventd. Seamos irracionales. Construyamos nuestro mundo a nuestro aire, que es lo que nos queda.
Dicen por ahí que uno no deja de jugar cuando se hace mayor sino que se hace mayor cuando deja de jugar. Yo lo aplicaría a soñar también.
ResponderEliminarAsí que, no te inquietes. Presiento que te queda un siempre para que eso ocurra.
Cogería trescientas de las frases que escribes y las pondría en un marco.
En otro desorden de cosas, sigo sin tener lo que te debo. Eso está bien porque me hace seguir maquinando. Y maquinar sí que es un sueño :))
Recordé el ascensor. Pero no a ti dentro.
La verdad es que eso me hace ser un poco más optimista.
EliminarNo te preocupes, creo que necesitamos un tercero para que te ayude a recordar Bego, poco a poco. ¿Recuerdas ya el incidente? Maquina maquina. Sueña, sueña.
:)
Besotes otes.