martes, 21 de febrero de 2012

Juventud, divino tesoro.


Últimamente me he dedicado a perderme en mí mismo cuando no sabía qué hacer. He descubierto horas nocturnas que solo existían en mi horario erótico-festivo, y lo que es aún mejor, he descubierto compañías que en ningún momento hubiera imaginado. Últimamente he sentido lo que es la decepción personal y el hacer las cosas mal. Nunca hablaré de arrepentimiento, lo que puede parecer soberbio, ya que arrepentirse no tiene ninguna utilidad. Reconocer, asimilar y aprender me parecen términos que en su globalidad pueden sustituirlo. He descubierto también, qué es lo que se siente cuando te encuentras solo cada noche metido en la misma cama, con las mismas sábanas, el mismo pijama y a la misma hora. No he sentido el cambio, la resolución, la chispa fulgente que brota de cualquier contacto humano, desde hace un montón de tiempo. Siento no sentir.

Desde hace un tiempo descubro la sociedad en la que vivo y el mundo que me rodea. He encontrado que el sinsentido de mi vida aparece de manera diferente durante toda la semana: de lunes a viernes a las tres, mi vida se centra en una constante espiral de cafés, folios y psicotrópicos que mecen a mi futuro para que crezca sano y fuerte; para el viernes, ese niño crece hasta llegar a la adolescencia, se viste con sus mejores ropas, se afeita, y sale a comerse el mundo en compañía de sus más allegados y de no tan conocidos. El domingo probablemente se serena, incluso puede que crezca un par de años y ronde la edad adulta, pero paralela a la caída de la tarde, se vuelve a colocar el pañal y el chupete y se vuelve a su transitoria cuna, siempre con la misma  nana. Probablemente, después de todo, puede que mi vida sí que tenga sentido. Siento sentir sentido.

Si bien es cierto que muchas veces me siento decaído, abatido, e incluso superado por los acontecimientos que me suceden, siempre, aun siendo realmente pequeña, prevalece frente a esa eternidad azul y salada, una capa blanquecina  de espuma que me devuelve a la tierra permitiendo recuperar la cordura, y en algunos casos, la locura. Quizás después de todo, el sentido de mi vida ha cambiado: antes podría ser el amar y el ser amado; y ahora se ha tornado en estudiar, entre semana,  y ser estudiado, cuando salgo por ahí cada semana. Probablemente sea esto lo que supone la juventud, un tejemaneje constante del destino que tenemos que precisar entre semana, y deshacer cuando llega el viernes vespertino.

Nunca habrá nada tan gratificante como la vida adolescente. Ese ir y venir, salir y entrar de todos los lados sin importarte el quién, ni el qué, únicamente la vida. Sé, por todo lo que he oído, que la mayoría de la gente recuerda su juventud como el momento más floreciente. Aquellos dulces diecisiete y dieciocho, veintiuno y veintitrés,  cuando invertíamos las horas del reloj en contarse unas a otras. Cuando salíamos con un número de amigos y entrábamos con ese mismo número incrementado. Cuando nuestro estado emocional navegaba entre épocas de bonanza y períodos de crisis... Dicen aquellos que la vivieron, que la adolescencia siempre se recuerda como el momento de mayor trajín personal; estudios, vida social, vida familiar, re-estudios, y en muchos casos, preocupaciones que se quedan grandes para gente joven. Vivimos entre barreras de contraportadas y cubatas. Por la mañana somos gente de bien, educada, pulcra y limitando con lo angelical; mientras que por la noche nos transformamos en salvajes discotequeros que queman la suela de los zapatos cada vez que salen. La verdad es que hasta los ángeles tienen sus momentos malvados. Vivimos en una constante primavera, como decía Garcilaso, en la que lo único que nos importa somos nosotros mismos, preocupándonos de manera inconsistente en el sentido o no de cuanto hacemos. Probablemente vivamos sumidos en una nube de narcisismo y egolatría, pero es que es nuestro tiempo y tenemos que vivirlo para nosotros. Es el tiempo de experimentar, de conocer, de descubrir ideologías y más o menos posicionarnos, de cometer errores y reconocerlos, asimilarlos y aprender. Todo lo que sucede en nuestra vida en este momento tendrá una gran repercusión en las épocas venideras porque cimentamos nuestro futuro y creamos nuestras redes sociales cuando ni siquiera somos realmente conscientes de ellos.  Inconsciencia en muchos casos puede ser la madre de la adolescencia y lo que nos impulsa continuamente a tropezarnos con la misma piedra, pero sobre todo, a levantarnos después del tropiezo. Sí, seremos ignorantes, inconscientes, inmaduros, y en muchas ocasiones infantiles, pero es nuestro momento de vivir la vida, de encontrarnos con nosotros mismos, y como todo en esta noria tiene su momento, no precipitemos acontecimientos, que ya maduraremos.
Tan solo espero que, pase el tiempo que pase, cuando los años se me acumulen y pase a ser un cuarentón o un cincuentón, mi espíritu juvenil no se empolve y esté siempre ahí para darle una patada a la madurez y sentir inconscientemente  mi vida adulta.
Sentir la sensación de no sentir si siento lo que siento.



3 comentarios:

  1. Muy cierto. Me ha entrado directo a las entrañas de la mente, para dejar de pensar en pensar.
    Desde luego, la juventud es un preciado tesoro que se va fundiendo poco a poco entre las manos, por lo que hay que saber vivirla intensamente. No sé si dentro de unos años, cuando sea cuarentonca o cincuentona, llevaré una vida más o menos equilibrada, más o menos cuerda, más o menos feliz. Lo que sé es que querré mirar al pasado, a mi juventud, y sentirme feliz solo por el hecho de recordar aquellos exámenes que aprové, aquellos momentos de tranquilidad, aquellas sonrisas que me provocaron (o que me provoqué yo sola, ¿qué más da?), aquellas suelas gastadas de tanto vivir.
    Vivamos, pues, la juventd. Seamos irracionales. Construyamos nuestro mundo a nuestro aire, que es lo que nos queda.

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  2. Dicen por ahí que uno no deja de jugar cuando se hace mayor sino que se hace mayor cuando deja de jugar. Yo lo aplicaría a soñar también.
    Así que, no te inquietes. Presiento que te queda un siempre para que eso ocurra.
    Cogería trescientas de las frases que escribes y las pondría en un marco.
    En otro desorden de cosas, sigo sin tener lo que te debo. Eso está bien porque me hace seguir maquinando. Y maquinar sí que es un sueño :))
    Recordé el ascensor. Pero no a ti dentro.

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    1. La verdad es que eso me hace ser un poco más optimista.
      No te preocupes, creo que necesitamos un tercero para que te ayude a recordar Bego, poco a poco. ¿Recuerdas ya el incidente? Maquina maquina. Sueña, sueña.
      :)
      Besotes otes.

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