viernes, 3 de febrero de 2012

Días de vino y tardes de garrafón.


Después de todo lo que ha vivido llega un momento en el que  se ha acostumbrado a vivir con un hueco en su alma. Desde que era bastante pequeño camina con una carga que nadie intuiría y que muy poca gente conoce. Una de las carcomidas columnas de madera que cimientan su vida. Esta especialmente, carcomida por las termitas del alcohol, que todo lo destruyen y todo lo devoran.  Ha sido machacado constantemente por los efectos perjudiciales de los grados de las botellas que destrozaban una a una sus ilusiones y apagaban poco a poco su voz. Ha visto tantas cosas que, desde el primer día que lo comprendió todo, decidió que era mejor callarse y limpiar los trapos sucios en casa. Jueves tras jueves, viernes tras viernes, día tras día, entraba por la puerta de su casa el mismo hedor a colonia que embriagaba todo el ambiente y traía consigo resquicios de palabras que salían de la boca a duras penas. A duras penas podía saber de dónde venía. Lo podía intuir, pero lo único que sacaba seguro era que había estado en compañía de una botella, ni siquiera se aseguraba el vaso. Era aterrador estar en la cama y oír el zigzag en la escalera. Miedo, probablemente todo por miedo.

 Es tanto lo que ha tenido que observar y tragar que su corazón es delicia grouyé de los ratones. Lo que más le dolía era que al día siguiente nunca pasaba nada. Y últimamente todo empezaba a degenerar cada vez más. El trabajo era algo extraordinario, quedarse en la cama resultaba más placentero. Los días de horas largas, noches cerradas y madrugadas vespertinas se sucedían cada vez con más frecuencia, como si el hígado le pidiera a gritos que le matara a cirrosis, como si la garganta le suplicara un trago más. Creo que hace mucho tiempo que dejó de dormir con la conciencia tranquila. Incluso ahora sus pulmones se alineaban con el resto de sus órganos en dirección contraria a la vida. Nunca se le pudo nombrar la palabra problema. Como si de un niño se tratara argumentaba su modo de vida diciendo que era así y que para qué iba a cambiar. Resulta que le gustaba ser el protagonista al entrar por la puerta con la cara roja y la lengua ardiendo. Parece ser que le encantaba llegar al totalitarismo independiente de su casa y soltar todo lo que había tragado. Era feliz por las tardes y odiaba enérgicamente las mañanas.

Probablemente haya perdido las ganas de vivir. Puede que este mundo en el que todos nos vamos difuminando poco a poco esté consiguiendo acabar con él de una manera más rápida. A mí personalmente me da pena ver cómo la humanidad de una persona, la que hemos conseguido después de tantos millones de años de evolución, se pierda entre días de vino y tardes de garrafón.

2 comentarios:

  1. Sin palabras...Cesar me tienen encandilada, tus textos, son una adicción que no puedo dejar, hay veces que me los tengo que releer varias veces porque no los comprendo a la primera pero tras haberlo leido una vez y otra y otra más, a cada una de ellas le saco algo maravilloso que en la anterior lectura no le había sacado, y eso es lo que me ha enamorado, el don de palabra que tienes, la facilidad que parece que usas a la hora de transmitir y es asi como cada vez que escribes, antes de leer nada, ya soy feiz porque se que lo que voy a leer no me va a decepcionar...
    Gracias por hacerme feliz cada vez que entro en tu blog... No cambies y no dejes que nadie impida que tu don sea cada vez más grande...

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  2. No sé qué responderte, solo me sale un enorme gracias :)

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