lunes, 27 de febrero de 2012

Amores, deidades y venenos.


A pesar de la perceptible meticulosidad que caracteriza a la realidad, a largo plazo, y sobre todo a la vida, a eterno plazo, esta rueca se cimenta en situaciones imperfectas.

No hay peor veneno que un amor ciego, que busca una córnea ajena donde establecer su iris y contraer la pupila hasta cerrar tanto el círculo que se pierde todo aquello que en un primer momento fue altamente valorado. Basura ahora arrojada a un estercolero que en otro tiempo fue jardín del Edén donde un Adán y Eva retozaban entre verdes colinas y rojos amaneceres. Basura cubierta ahora por una venda bruna que lo único que hace es mirar introspectivamente hacia quien cautiva al ser humano, de tal forma que pierde noción temporal, espacial, e incluso sensitiva. Muchas veces, por no decir la mayoría, el amor se convierte en un filtro a través del cual se clasifica la realidad en dos grupos: se crea de todo aquello que la voz interior, drogada, dice ser malo, lagunas Estigias en la que se bañan los cadáveres de ninfas y Panes en un momento atrás arrojados a la condena transitoria; o se crea, de todo aquello que nuestra voz interior, emborrachada, dice ser bueno para nosotros, paraísos de ensueño en el que brincan por doquier sombras de demonios y faunos disfrazados de Apolo. Cupido ha perdido las ganas de lanzar por ahí sus flechas. Eros se codea en su nube, borracho de ambrosía, y se sonríe viendo el triunfo en una época en la que la moral humana está cubierta de sudor y sudarios. Pone su mira en Venus  de Milo e intenta que le atrape con sus brazos.

Entristece la desolación y el caos que sumen ahora los corazones humanos que olvidaron el brillo y el calor de un amor verdadero y se supeditaron a la razón y al raciocinio. Raciones de amor entre sábanas que suplen la carencia de caricias fortuitas que te despiertan por la mañana. Raciones de insensibilidad que enmascaran la inexistencia de sentimientos que recorran el alma entera, de los dedos de los pies hasta el último cabello. Rojos fuertes que se convierten en azules fríos. Amaneceres por ocasos, y ocasos de luna nueva. Vendas, capturas, sendas zonas a la altura de dioses Diosinizados que no encuentran la mesura a la hora de tratar a los humanos.

La humanidad ha perdido el sentido de la cordura, la medida y el amor. Los tres se fueron a paseo cuando se incorporaron, como jinetes del Apocalipsis, el sexo, la locura, la egolatría y la altivez. Ser soberbio significa ahora, antes que ser valiente, ser realmente arrogante. Arrogancia que en muchos casos viene motivada convencionalmente por la única finalidad de crear corazas en las personas para no caer en las desdichas del amor ciego o del amor cegado.

La humanidad sufre, en todas sus esquinas, de una falta de amor o de un amor imperfecto, inimaginable, que es producto de situaciones que se vivieron en el pasado entre enamorados, y que el Hades interior de cada uno utiliza ahora cual Cerbero.

1 comentario:

  1. Pues yo es que, del amor no hablo en público:)
    Pero como no me gusta leer sin dar las gracias, me quedo con la sublime imagen de Eros voladores que nunca llegan a los brazos que ansían porque, simplemente, nunca estuvieron allí.¡Cuántas veces habremos volado nosotros también de esa manera!
    Sublimes todas la referencias mitológicas.
    No sé si será cosa de que creamos en ciertos dioses, quizá son ellos los que deberían creer un poco en nosotros, ¿no?
    Besos rojos.

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