Malgastamos nuestras vidas
en pretender ser cosas que ni de lejos somos. Hacemos una propaganda de
nosotros mismos que cuanto más, resulta cómica. ¿Cuándo se ha visto a un burro
vestir de caballo? Bienvenidos al imaginario mundo de baldosas amarillas y
hombres de hojalata. Pasen y vean a la mujer barbuda y a la pareja de enanos
trapecistas.
Nos pintamos la cara y
salimos a la calle. Luego nos molesta que nos llamen “payasos”. Cometemos actos
ataviados con disfraces animalizados. Nos encanta aparentar ser cosas que nos
gustaría ser. Vivimos soñando que cuando
salgamos del portal alguien estará esperando a que pasemos para tirarnos un
grano de arroz, una rosa, o un rezo por nuestra alma. Descubrimos que nuestra
mayor debilidad es mostrarnos a nosotros mismos tal y como somos y entonces nos
vestimos de tal forma que ni nosotros mismos nos reconocemos. Es divertidísimo
jugar a tinieblas, y más cuando tenemos el mundo entero para escondernos. Son
tan buenas nuestras capacidades teatrales que hasta nosotros mismos nos lo
creemos. ¿Quién no ha visto a un cuervo interpretar a Hamlet? El problema llega
cuando un determinado día todas las estructuras metafísicas, espacio, tiempo y
todo aquello a lo que nuestra limitada mente no llega, hacen que nuestro cielo se
vuelva negro y nos veamos tal y como somos, o más bien, tal y como no nos
queríamos ver. Y llegará el momento de llorar y de decaerse. Pero bueno,
siempre quedará seguir interpretando. ¿No?
No hay comentarios:
Publicar un comentario