lunes, 23 de enero de 2012

Y que comience la función.


Malgastamos nuestras vidas en pretender ser cosas que ni de lejos somos. Hacemos una propaganda de nosotros mismos que cuanto más, resulta cómica. ¿Cuándo se ha visto a un burro vestir de caballo? Bienvenidos al imaginario mundo de baldosas amarillas y hombres de hojalata. Pasen y vean a la mujer barbuda y a la pareja de enanos trapecistas.

Nos pintamos la cara y salimos a la calle. Luego nos molesta que nos llamen “payasos”. Cometemos actos ataviados con disfraces animalizados. Nos encanta aparentar ser cosas que nos gustaría ser. Vivimos soñando  que cuando salgamos del portal alguien estará esperando a que pasemos para tirarnos un grano de arroz, una rosa, o un rezo por nuestra alma. Descubrimos que nuestra mayor debilidad es mostrarnos a nosotros mismos tal y como somos y entonces nos vestimos de tal forma que ni nosotros mismos nos reconocemos. Es divertidísimo jugar a tinieblas, y más cuando tenemos el mundo entero para escondernos. Son tan buenas nuestras capacidades teatrales que hasta nosotros mismos nos lo creemos. ¿Quién no ha visto a un cuervo interpretar a Hamlet? El problema llega cuando un determinado día todas las estructuras metafísicas, espacio, tiempo y todo aquello a lo que nuestra limitada mente no llega, hacen que nuestro cielo se vuelva negro y nos veamos tal y como somos, o más bien, tal y como no nos queríamos ver. Y llegará el momento de llorar y de decaerse. Pero bueno, siempre quedará seguir interpretando. ¿No?

No hay comentarios:

Publicar un comentario