Como si de una lágrima en verano se tratara nunca he sido
partidario de las felicidades efímeras. Esas que te las proporcionan la gente
que se encuentra a tu alrededor con la indirecta finalidad de apartarte poco a
poco de todo lo que has amado en esta vida. Nunca, categóricamente, aprobaré
los celos como excusa sentimental. Y mucho menos defenderé a cualquiera que los
profese o se alimente de ellos. Apartarnos de aquellos que conocemos y que
marcaron en alguna parte incognoscible de nuestro interior su propia marca de
agua es , se mire por donde se mire, un acto totalmente equivocado .Por eso, como
si de un viento cálido de invierno se tratara, siempre he reconocido valiente a
todo aquel capaz de mantener amigos, enemigos y sentimientos en una estética
trascendental que se acerca más una verdadera felicidad. Siempre, y lo digo
categóricamente, he elogiado y envidiado a todos aquellos que supieron
conservar ambas realidades. Aquellos privilegiados que llegaron a las puertas
de oro y decidieron quedarse con la felicidad que les esperaba aquí abajo.
Felicidad, en todos los casos, que consiguen trasmitir vayan por donde vayan.
Privilegiados, sin lugar a dudas.
Si nos paramos a pensar en los que viven, en los que
vivimos, o los he que hemos vivido un amor, descubrimos que hay situaciones
pasajeras que nos encojen por dentro y que manifiestan sonrisas de alegría en
nuestras caras. Pero es cuando analizamos más detalladamente todo lo que
vivimos, tanto en presente como en pasado, cuando realmente reconocemos que
entregamos sonrisas de lo más tristes a aquellos que firmaron sentencia con
nuestro corazón, al que hoy, a agua pasada, llamamos verdugo y reconocemos
como cárcel. Puede que algún día, todos encontremos el equilibrio emocional por
ambas partes, o puede que amigos y novio sean simplemente convencionalismos
antitéticos. Cuando llegue el día en el que el pesimismo nos invada a todos y
veamos como nuestras ilusiones se tiñen de un sentimiento trágico por esta vida,
reconoceremos que fuimos meros títeres embriagados por el aroma de una palabra
que nunca supimos poner en práctica. Fuimos mayores que jugaban al
amor.
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