Enterré la cabeza bajo
tierra como las avestruces, y vi que allí dentro la oscuridad era incluso más
densa. Siempre he oído decir a algunos pocos locos soñadores, que cuando el
cielo está más negro, cuesta más levantar la vista del suelo.
Puede que llegue un momento
en nuestra vida en el que las cosas tengan que sobrepasarnos, porque los retos
fáciles ya los sabemos superar. Puede, simplemente, que no se trate de reto o
superación, sino de situaciones que nacieron con nosotros, grabadas en nuestro
destino, y que para poder seguir en nuestra vida tenemos que cumplirlas. Pero
hay veces, que sin que uno se dé cuenta, se ve inmerso en un maremágnum de
coincidencias que hacen que su vida, que antes se encontraba en la cúspide de la
felicidad, vaya cuesta abajo sin frenos. Porque la vida, la injusta vida, ha
permitido que quien hace la ley haga la trampa y que los desamparados tengamos
que buscar las soluciones a nuestros problemas en crearnos caparazones de
banalidades que reboten lo que nos lancen y contengan lo que no queremos ver.
Enterrar la cabeza y descubrir la oscuridad. Sentir que la vida es un sinsentido.
Una rueca de descoser que gira y gira al mismo tiempo que envejece.
Cuando me miro en el espejo
me doy cuenta de que de un tiempo aquí, he llevado la misma vida puesta todos
los días. La he matado a botellas de alcohol y a quemaduras de cigarros. Mis
pulmones murieron de cirrosis y mi hígado se hizo cenizas, y después, volví a
revivir para empezar otra vez. Destrocé mi vida, la humillé, la pisoteé y la he
puesto a tender. Pensé que una vida excesivamente usada era reflejo de una vida
realmente vivida. Me equivoqué. Ahora, frente al mismo espejo, descubro, que
todo lo que intentaba ocultar se ha juntado con todo lo que intentaba mostrar y
me han superado. Los lentos años vinieron cargados de arrugas. Perdí la guerra
que mantenía contra mí mismo y contra el resto del mundo. También descubro, que
el vestigio de amor que me queda, se halla en conversaciones hasta las tantas
de la madrugada. Un amor desgraciadamente imposible porque todos los locos
soñadores, ataviados de una vida andrajosa, que lleva migas de recuerdos
pasados, tenemos el mismo miedo de siempre. De caer, de recaer. De perder lo
que más valoramos y perdernos a nosotros mismos con ello. De ser conscientes
de que lo único que nos importa y nos ha importado hasta hoy era aparentar ser
felices mostrando unos labios grises sonrientes.
Espero, y quiero esperar, que algún día el que hizo la trampa la pague.
Que la libertad no se quede únicamente en concepto teórico. Que el amor no
implique la destrucción de la amistad. Y que yo mismo, encuentre la verdadera
felicidad.
Brillante. No diré más.
ResponderEliminarEscribes demasiado bien como para atreverme a comentarte, pero te dejo esto que he recordado al leerte.
ResponderEliminarDel maestro García Márquez:
"Debemos arrojar a los océanos del tiempo una botella de náufragos siderales, para que el universo sepa de nosotros lo que no han de contar las cucarachas que nos sobrevivirán: que aquí existió un mundo donde prevalació el sufrimiento y la injusticia, pero donde conocimos el amor y donde fuimos capaces de imaginar la felicidad."
Muchísimas gracias Bego. Guardaré esas palabras tan llenas de razón para que no se me olviden nunca. Eres bienvenida por estos lares siempre que quieras.
EliminarUn besazo!