lunes, 11 de marzo de 2013

Mensaje en una botella.

A la orilla de este río he venido a despedirme de tus recuerdos. Me pesan los años que triunfamos y me duelen, en lo más profundo del alma, los restos de las caricias que me hiciste. Me perdí entre los pinos buscando el camino de vuelta que me llevara a casa y acabé fortuitamente en la casa de chocolate que me prometían tus labios; y como en el cuento, la bruja me engañó y me atrapó.
Oigo el viento juguetear con el agua y no puedo evitar recordar cuando tus palabras jugaban al escondite con mis oídos mientras contábamos abrigados por la noche las estrellas que surcaríamos, los planetas que tocábamos con los dedos y que eran testigos de tanto cuanto ambos sentíamos.
A lo lejos zarpa tu barco con nuestro estribillo. Aquella canción que tarareábamos cuando éramos felices y que traía a nuestros rostros la inocente sonrisa de aquel que juega con un caramelo y no sabe que está envenenado. Y se despide de mí tu mano, que se ausenta de tu cuerpo pues recuerda con nostalgia el calor de la mía cuando la acompañaba a pasear, la cogía al caerse y la ayudaba a levantarse.
Y más a lo lejos el cielo se despide con un cálido atardecer melancólico, cuatro cuervos que sobrevuelan la carroña de mis recuerdos y un par de golondrinas que la próxima primavera prometen que volverán.
Dudo mucho que esta botella llegue a buen puerto, probablemente se hunda en el fondo del mar pues tus recuerdos pesan como plomo en mi cabeza. Se perderán en lo más oscuro del océano con la esperanza de ser devorados por quien verdaderamente pueda aguantarlos.
Te consumiste en mis labios como un  cigarro de mala calidad. Mi mente se impregnó de la nicotina que desprendían tus besos y quedé cautivo de tu cuerpo, de tu pelo, de tu piel, mi droga, mi bendición, el padre nuestro de cada día, el centro de desintoxicación al que cada mañana acudía para afrontar otras tantas horas sin ti.
Y por más que te escriba aún controlas los dedos que te cuentan, las noches que te piensan y los sueños que ya no te inventan, te reinventan, y se cansan de ti...
Los juncos susurran el eco de tu risa que trae a mi memoria un recuerdo cálido que también va a la botella. Naufrago de tus huesos hice bandera en tus caderas y llegué con barba y desaliñado a la cumbre de tu cabeza, de ahí, estrepitosamente caí al abismo del que venía y mirando hacia arriba, vi como con malicia sonreías, y yo, como un crío no tuve más remedio que echarme a llorar.
Y seguí navegando en busca de una tierra alternativa en la que naufragar y donde tú, ramera del amor, no estuvieras.Prefiero perderme en el Mar de la Tranquilidad a seguir siendo tu Ulises personal. Rendí Troya el mismo momento en el que me lo pediste y solo recibí de ti un par de reproches y un "vuelve por donde viniste".

Así que aquí me desprendo de todo cuanto tú y yo formamos pues ya no quiero volver a saber de ello. Como dudo que algún día leas esto, aviso a futuros navegantes que el triángulo de las bermudas tiene nombre, pobre de aquel que lo averigüe.

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